4 de marzo de 2014
Barcelona
Sentarse aquí frente a las teclasy que mane ese líquido viscoso
que es la poesía. La palabra -reverencia
incorporada, mis respetos por lo que voy a decir-:
esa furcia escurridiza que juega conmigo.
La disyuntiva, el miedo, la bolsa, la vida:
se dan cita en la cicatriz.
No es tan fácil este ejercicio de solemnidad.
No es tan fácil, guiarse en estas calles
sin palmeras que indiquen cuál es la referencia
exacta, milimétrica, por donde se pone el sol.
Por donde llega la luz, la temida, hermana
de las tinieblas y de los temores de media noche
-"las tinieblitas", las llamábamos al jugar
ya de niños a los cuartos oscuros:
ejercicio de control remoto-.
Los semáforos son llaves:
trazan la ruta posible, el mantra
se produce en mi cabeza.
Puedo correr, he de correr;
puedo escribir, he de escribir.
Más poesía.
Es una orden, te corre en sangre.
Mi cuerpo es una máquina
perfecta, sólo tiene un inconveniente
impecable, un enemigo mayúsculo: yo
-yo, yo, yo y más yo,
qué cansado, esto-.
▼ Alicia G.
Gracias, Javier Muriel, por la música. Siempre.
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