todo París es atroz















HIE!
¿Qué alma disputará mi cuerpo?
Oigo la música: 
¿Me arrastrará?
Me gustan tanto el baile
Y las locuras físicas
Que siento con evidencia
que, de haber sido una muchachita, 
hubiera acabado mal. 
Pero, desde que estoy sumergido
en la lectura de la revista ilustrada,
juraría no haber visto en mi vida
tan mágicas fotografías:
el océano perezoso meciendo las chimeneas,
veo en el puerto, sobre el puente de los vapores,
entre indeterminadas mercancías,
A los marineros mezclarse con los chóferes,
cuerpos pulidos como máquinas,
mil objetos de la China,
las modas y las invenciones;
luego, dispuestos a cruzar la ciudad, 
en la suavidad de los automóviles, 
los poetas y los boxeadores.
Esta noche, ¿qué error cometo
que con tanta tristeza
todo me parece hermoso?
El dinero que es real,
la paz, vastas empresas,
los autobuses y las tumbas;
los campos, el deporte, las amantes,
hasta la vida inimitable de los hoteles.
Quisiera estar en Viena y en Calcuta,
coger todos los trenes y todos los navíos,
fornicar todas las mujeres y jalar todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero,  pintor, acróbata, actor;
anciano, niño, estafador, golfo, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial, 
Fauna y flora: 
¡Soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probemos el aire libre, 
Quizás ahí pueda dejar
¡Mi funesta pluralidad!
Y mientras que la luna,
más allá de los castaños,
unce a sus lebreles,
y, que igual que un caleidoscopio
mis abstracciones
elaboran las variaciones
de los acordes
de mi cuerpo,
que mis dedos pegados
a la delicia de mis llaves
absorben frescos síncopes,
bajo mociones inmortales
vibran mis tirantes;
y, peatón ideal
del Palais-Royal,
me embriago de candor
incluso con el mal olor.
Lleno de una mezcla
de elefante y de ángel,
lector mío, paseo bajo la luna
tu futura infortuna,
armada con tanta álgebra,
que, sin deseos sensuales,
entreveo, fumadero del beso,
coño, pipa, África y descanso fúnebre,
tras las cortinas apaciguadas,
la calma de los burdeles,
bálsamo, ¡oh, mi razón!
Todo París es atroz y yo odio mi casa.
Ya los cafés están oscuros.
Sólo quedan ¡oh, mis histerias!
las claras cuadras
de los urinarios.
Ya no puedo quedarme fuera.
Ahí tienes tu cama; sé tonto y duerme. 
Pero, último de los habitantes,
que se rasca tristemente los pies,
y, aunque cayendo a medias,
si yo oyera sobre la tierra
retumbar las locomotoras,
¡cuán atentas sin embargo se tornarían mis almas!

ARTHUR CRAVAN, 1887-1918, poeta y boxeador francés. El coloso, sobrino orgulloso de Oscar Wilde, hacía de su vida una performance, con excentricidades y provocaciones varias es santo de de mi devoción. Desapareció en el Golfo de México allá por el fin de la década de 1910, nunca encontrarían su cuerpo; Mina Loy, la poeta y pintora que fuera su mujer (pese a resistirse al principio, sus rarezas acabarían conquistándola) lo buscaría mentalmente toda la vida. Editaba allá por 1912 la revista Manteinant (podéis encontrarla, hoy en día, editada en formato libro por el Olivo Azul). Precursor del dadaísmo, vividor, vanguardista y un buen tipo.

Si queréis saber algo más de él también podéis asistir a la performance ÁvsG., cuando Ángela Gemio y yo volvamos a ponerla en acción, próximamente, pero no antes de un mes, al menos.
Algún día hablaré o escribiré aquí alguna cosa más sobre él, lo merece, me apetecerá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario