1992
Alberto García-Alix
Hace un par de días que murió la creadora norteamericana Adrienne Rich a los 82 años, feminista militante, o como a mí me gusta reducir con un guiño jocoso entre colegas que lo son: feminazi de las buenas, de las que hacen falta. Y ensayista. Y poeta, que es al fin y al cabo lo que a mí me importa aquí. Pienso en la pena que supone que se vaya una de éstas, de las buenas, como digo, y también en que perdurará lo que dejó escrito. Y pienso en toda la obra que quedará, tachada entre sus notas más íntimas, por descubrir. En escritos interesantes, bellos, inéditos, que nunca veremos, porque así lo decidió ella.
Robé su "Antología poética" de casa de Nuria Gregory la pasada Nochevieja, ya la leí, la dejé para releerla, algunos poemas de los que aquí transcribo están extraídos de ella, otros de la red. Pequeña (por humilde) selección-homenaje a esta insurrecta que nos invitó a morder la manzana; a hacer de lo personal, política; a combatir con las palabras. Descansa tú, ya sin otra opción.
“Sin suspirar, señoras. El tiempo es masculino/ y con sus copas brinda por las mujeres bellas./ Absortas en las galanterías, escuchamos/ las exageradas alabanzas a nuestras mediocridades,/ la indolencia se interpreta como abnegación,/ el descuido en el pensar se denomina intuición,/ se perdona cada traspié; nuestro crimen/ en cambio, consiste en hacer sombra/ o en romper el molde, sin vacilar// Por ello, aislamiento penal,/ gas lacrimógeno, bombardeo por traición./ Pocas son las solicitantes para este premio”
I
Cuando sea en esta ciudad parpadean las pantallas
con pornografía, vampiros de ciencia ficción,
matones victimizados doblados bajo el látigo,
además hay que caminar… nada más caminar
entre basura mojada y las crueldades de nuestros barrios
en primer plano.
Tenemos que agarrar nuestras vidas
de aquellos sueños rancios, del borboteo del metal, de esas desgracias,
y de la begonia roja que destella peligrosamente
en la entrada de un edificio de seis pisos
o de las chicas de piernas largas jugando a la pelota
en el patio de la escuela.
Nadie nos imaginó. Queremos vivir como árboles,
sicomoros llameantes en el aire sulfúrico,
moteados de cicatrices, pero floreciendo con exuberancia,
nuestra pasión animal enraizada en la ciudad.
II
Me despierto en tu cama. Sé que estuve soñando.
Más temprano, la alarma nos separó,
y hace horas que estás en tu escritorio. Sé lo que soñé:
nuestra amiga, la poeta, entra en mi cuarto
adonde pasé días escribiendo,
hay borradores, carbónicos, poemas desparramados por todas partes,
y quiero mostrarle un poema
que es el poema de mi vida. Pero dudo,
y me despierto. Me besaste el pelo
para despertarme. Soñé que eras un poema,
digo, un poema que le quería mostrar a alguien…
y me río y otra vez vuelvo a soñar
con el deseo de mostrarte a todos los que amo,
de movernos juntas abiertamente
en la fuerza de la gravedad, que no es simple,
que arrastra un largo trecho al plumerillo por el aire más alto.
III
Puesto que no somos jóvenes, las semanas tienen que contar
por los años que perdimos. Así y todo, sólo esta peculiar distorsión
del tiempo me dice que no somos jóvenes.
¿Acaso a los veinte caminé alguna vez por la calle a la mañana,
con los miembros ondulando de la más pura alegría?
¿O me incliné desde una ventana sobre la ciudad
a escuchar el futuro
como escucho, con nervios afinados, tu llamada ?
Y vos, vos te acercas a mí con la misma cadencia.
Tus ojos son inmortales, la chispa verde
del lirio a principios del verano
el mastuerzo verde-azul lavado por la primavera.
A los veinte, sí: pensamos que íbamos a vivir para siempre.
A los cuarenta y cinco, quiero conocer incluso nuestros límites.
Te toco sabiendo que no nacimos mañana,
y de algún modo, cada una ayudará a la otra a vivir,
y en algún lugar, cada una ayudará a la otra a morir.
Adrienne Rich.
Adrienne Rich.